miércoles, 3 de junio de 2009

LOS PÁJAROS Y EL AGUA


En la laguna Estigia, en donde los muertos sienten por última vez el paso del tiempo, vivían también seres etéreos en el agua, venidos de mares lejanos, perdidos en la inmensidad.

Esta es una historia de cómo se escapa una mujer de la muerte.

Muerte que llega por sorpresa, que de pronto te coloca en aquella triste laguna, en la que tu camino sin dejar de ser lineal pierde el misterio de no saber a dónde te va a llevar.

Esta mujer dejaba atrás familia, amigos, inquietudes. Ella sentía que a pesar del coma que había atravesado durante los últimos seis meses, su vida seguía teniendo sentido. Ella no debería estar muerta.

El barquero la miraba, impotente y compasivo.
Era una mujer joven, no rozaba la treintena. El paso al otro lado había borrado de su imagen todo rastro de dolor, enfermedad y sufrimiento.
El traje de éter que la cubría dejaba traslucir sus formas redondas, firmes y jóvenes. Sus ojos brillaban con inquietud.

Miraba a lo lejos, sin misericordia. Miraba hacia el agua, donde veía formas casi humanas, o humanas por momentos, que a veces brillaban con fosforescencia.

El barquero seguía remando. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿No decían que allí, en el otro lado, no había tiempo?

Pero claro, este viaje era un tránsito, un tránsito a un lugar que no conocía, sobre el que no podía hacer preguntas.

En su mente, oyó las voces del agua:

"Ven con nosotros, acércate, nosotros somos la entrada a un nuevo despertar..."

Despertar.

Las pocas veces que por algunos segundos, o minutos, había sido consciente de su coma, sólo había pensado en una cosa: despertar.

Las enfermeras lo interpretaban como una crisis. Su deseo de hacer reaccionar a su cuerpo le provocaba temblores, vómitos, desórdenes de todo tipo. Y finalmente, el regreso a un lugar intermedio, entre los vivos y los muertos.

Los pájaros habían comenzado a cantar, todos a la vez, como si amaneciera. Había muchos pájaros en las orillas de la laguna Estigia. Tantos, que su cantar íba subiendo de volumen, hasta hacerse ensordecedor.

En ese momento, la joven mujer saltó al agua.

Su estructura comenzó a mutar, a hacerse como la de los seres del agua, que la recibieron. Se hizo indistinguible de uno de ellos y se alejó bajo el agua, entre una multitud.

Barca y barquero desaparecieron en el aire, sin rastro, dejando sólo la laguna, las orillas con su profusa vegetación y el canto de los pájaros, incesante y agudo.


FIN

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